EL HACEDOR DE TEATRO EN EL SIGLO XXI.
Guillermo León
El teatro es un puente.
El teatro es un lujo, una bella anacronía.
El teatro es inútil.
¿Quién necesita del teatro en estos momentos?
Ante el rumbo de nuestra civilización actual (la
masificación, el alejamiento cada día mayor de los individuos, la postergación del contacto real, el amor on line y la soledad en medio de la multitud) pareciera ser que el
teatro es algo innecesario.
Pareciera que sólo es necesario para quien lo hace.
Yo hago teatro. Y es necesario para mí.
Pero también creo que es necesario para los demás.
Creo que la sociedad necesita al teatro.
El pensar que el teatro sobra en un mundo de Internet,
multicinemas, realidad virtual, etc., significa no estar percibiendo el verdadero sentido de lo que es el teatro.
¿Para qué el teatro si tenemos televisión, cine,
DVD, Big Brother, etc.?
¿Para qué salir al frío de la noche, buscar estacionamiento,
arriesgarnos a un asalto?
¿Para qué?
Para oler la carne.
Porque el teatro huele a carne. Humana.
Son diversas las funciones del teatro: como divertimento,
como medio educativo, como arma política, como medio publicitario incluso.
Para ciertas perspectivas el teatro se vuelve una
herramienta de discusión de las contradicciones del sistema. El teatro es un arma política pero no en el sentido inmediato
de la propaganda, SINO EN EL MÁS PROFUNDO DE LA
DISCUSIÓN ENTRE LOS HOMBRES. Esto lo sabían muy bien los griegos, allá en la Atenas de Pericles, donde el arte escénico alcanza su pináculo.
Jean Duvignaud lo dice muy claramente en su libro
Sociología del Teatro: Hay tres momentos cumbres en la historia del teatro: la
Atenas de Pericles, la Inglaterra de
Isabel y la España de los Siglos de Oro.Cuando dichas
sociedades alcanzan el clímax, aparece de manera grandiosa un teatro absolutamente popular, vivo, robusto, saludable. Pareciera
ser que los grandes momentos de estas sociedades fueron analizados y criticados por su arte escénico.
Duvignaud no menciona a Francia, mas yo integro un
caso particular muy importante: Moliere. Moliere como crítico de la sociedad que le paga por hacerlo. Moliere como el autor
que al lado de Lully va a realizar ballets para la mayor gloria de su majestad El Rey Sol, va a despedazar, diseccionar y
evidenciar las fuertes contradicciones de la Gloria Gala: la hipocresía de la sociedad y de paso un fuerte análisis del final
del feudalismo y el ascenso imparable de la burguesía como nueva clase en el poder… que sucederá a partir de la Revolución de 1789 y el violento reacomodo napoleónico. Moliere
anuncia dicha transformación en muchas de sus obras: El burgués Gentilhombre y
Las Preciosas Ridículas son ejemplos claros.
En épocas más recientes, en la década de los sesenta
del siglo XX, el teatro obtuvo renovados bríos en tanto que vehículo de crítica. Con el trabajo de hombres como Grotowsky,
Barba, el Living Theatre de Julien Beck y Judith Malina, el Bread and Puppet de Peter Schumann. Estos dos últimos casos, norteamericanos,
cuestionaron profundamente la sociedad y la política, criticando la guerra de Vietnam y desarrollándose a la par que el rock
y el hippismo. Es interesante que en plena Babilonia surjan grupos críticos. Así lo fue Bertolt Brecht en la Alemania Nazi.
¿Quién era el único que podía estar cerca del rey
sino el bufón? Recuerden que el príncipe Hamlet besaba a Yorick, el pobre Yorick. Recuerden al bufón de Lear, que como Moliere con el Rey Sol, de manera velada porque finalmente… “sólo era broma”. La
broma, el juego del loco (Bufón, Fool, Fou). Sólo al le es permitido meterse con el poderoso. El payaso, el bufón, el loco…
Bien, ese es el valor político que el teatro puede
tener. Pero no el único. El Teatro NO SOLO es política, el teatro no sólo tiene un valor social. El teatro tiene la posibilidad
de conectar lo global con lo particular. Lo social con más profundamente íntimo.
(fragmento
de la conferencia pronunciada en el INSA de Lyon, noviembre 2003)